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Desinformación, infodemia, infoxicación. Erosionar la confianza, alentar el desánimo

En marzo de 2020 los diarios se unieron para decir “Al virus lo frenamos entre todos”. Días después las noticias falsas, la confusión deliberada y la desinformación ganaron espacios en la prensa. Así se inició un minucioso y sostenido proceso destinado a socavar las políticas y medidas sanitarias frente al Covid-19. 
 
Por Sebastián Castelli. Licenciado en Comunicación, docente, investigador UNLP / UNLPam
 
 
El dramaturgo noruego Henrik Ibsen escribió, en 1882, la obra teatral “Un enemigo del pueblo”. El protagonista es el doctor Stockmann quien denuncia que las aguas del balneario municipal, principal fuente de ingresos de la ciudad, están contaminadas y son nocivas para la salud. Pero “la opinión pública” (es decir, la opinión publicada por el diario local) dice que Stockmann quiere boicotear la temporada turística (salud versus economía ¿te suena?) De esa manera, el médico debe enfrentar a una turba enardecida, ciega y sorda (pero no muda) que lo señala como el “enemigo del pueblo”,
 
Asustar, indignar, desanimar
 
Cuando se estableció el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, las portadas de los principales diarios también publicaron “#SomosResponsables difundiendo información que provenga solo de fuentes confiables”. Pero el reconocimiento de la política como gestora de soluciones colectivas duró poco. Las cacerolas –con amplia cobertura en las páginas que decían #SomosResponsables, como así también en el ecosistema digital- comenzaron a repicar en la trinchera del boicot contra las medidas sanitarias. Con las protestas “anticuarentena”, la desinformación, noticias falsas y la posverdad –entendida como “las circunstancias en las que los hechos influencian menos que las apelaciones a la emoción”-  se esparcieron más que la peste. Entonces, algunos sectores buscaron movilizar las fibras de la  indignación para socavar la aceptación de las políticas públicas contra el virus. 
 
La cuestión adquirió ribetes demenciales cuando la “Marcha de los barbijos” estuvo marcada por la consigna “no queremos comunismo”. En tanto, el mainstream mediático se consolidó como voz de una minoría intensa que considera toda medida sanitaria como contraria a los intereses del país. Una minoría intensa  que no duda en acusar -a quienes impulsan políticas públicas contra el virus- de ser “enemigos del pueblo”, tal como le sucede al doctor Stockmann.
 
Infodemia y cacerolas
 
Según la OMS “Durante una emergencia de salud, las infodemias pueden difundir errores, desinformación y rumores. También pueden obstaculizar una respuesta efectiva, así como crear confusión y desconfianza respecto a las soluciones para prevenir la enfermedad”.
 
En tal sentido, el biólogo Ernesto Resnik escribió: “Para degradar las medidas necesarias de aislamiento esmerilaron la evidencia científica, mintieron relativizando la gravedad de la enfermedad, engañaron con curas ficticias, hicieron comparaciones falsas. Pero rendirse ahora sería una abdicación de responsabilidades”. (@ernestorr, 15/07/2020)
 
Capacidad de atención, el recurso más escaso
 
Al apelar al miedo y la indignación, diversos actores de la sociedad civil van corriendo el debate público hacia márgenes peligrosos.
 
Los enojos se potencian en las redes sociales donde cada uno va a buscar (y recibe) lo que quiere ver/leer/escuchar. Ese panorama consolida la brutalización de la discusión pública: es más gratificante tomar una horquilla, una antorcha y sumarse a la horda, antes que intentar desentrañar la complejidad de un tema.
 
En el mismo lodo, todos manoseados, aparecen artículos, opiniones y especulaciones. Por ejemplo, un diario publicó: “La OMS advierte de que ‘quizá no haya nunca’  una cura”. El origen de la falacia fueron las declaraciones del titular de la OMS que se refería a las vacunas -por entonces en estudio- y la imposibilidad de contar con una única solución -rápida y definitiva- para aniquilar a la enfermedad. Cientos de portales, twits, cadenas de whatsapp y opinadores circunspectos se encargaron de esparcir la (falsa) mala nueva.
 
En ese tren directo a la catástrofe también viajan el fomento de la ingesta de dióxido de cloro, cuestionar la eficacia de vacunas o incentivar “terapias alternativas” propias del terraplanismo epidemiológico. El resultado: enunciados de alto impacto que generan confusión, ansiedad e incertidumbre.
 
También vimos que, con la mentada “ecuanimidad” para “escuchar las dos voces”, se pusieron en “debate” cosas que no son debatibles: entrevistar a una epidemióloga y alguien que “no confía en las vacunas” no es “escuchar las dos campanas” ni “enriquecer la discusión”. Es desinformar, confundir, atentar contra la salud pública. 
 
Al imitar la lógica binaria y efímera de las redes sociales, los medios tradicionales adoptan prácticas de esas plataformas: noticias fragmentadas, búsqueda de impacto y buenos contra malos en una sucesión de imágenes y sintagmas hábilmente dosificados para entretener e indignar. Cada vez más cerca de lo que Umberto Eco señaló sobre las “discusiones” en twitter: «Le dan el derecho de hablar a legiones de imbéciles que hablaban solamente en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas». (Fragmento de la conferencia de Eco en la Universidad de Turín, 12/06/2018).
 
(Des) información, un problema de salud pública
 
Estos contextos – sumados a errores en la comunicación de crisis, tales como mensajes ambiguos o contradictorios- hacen que el sector público deba destinar  esfuerzos y recursos para tratar de frenar la desinformación[i], aclarar confusiones y desmentir los más variopintos embustes.
 
En ese contexto se resiente un recurso básico a la hora de comunicar; quizás el más escaso de todos: la atención. Frente a una casi infinita sucesión de estímulos, informes, noticias, opiniones, videos, memes, debates y rencillas, nuestra capacidad de internalizar, comprender y procesar mensajes se licua y resiente. Como un antibiótico que pierde efectividad frente a la resistencia bacteriana, las políticas de comunicación se vuelven menos eficaces ante la saturación (des)informativa.
 
En plena pandemia estamos comprobando lo que adelantaba en 2018 Heidi Larson, antropóloga que trabaja sobre la confianza y desinformación en vacunas:
 
“La próxima epidemia −sea de una cepa de gripe de alta mortalidad u otra cosa− no se deberá a la falta de medidas preventivas. En vez de eso, el contagio emocional, facilitado por la digitalidad, puede erosionar la confianza en las vacunas y volverlas discutibles. En las redes sociales, el diluvio de información contradictoria, desinformación e información manipulada debería ser reconocido como una amenaza global a la salud pública”.
 
Cabe destacar valioso trabajo Ciencia Anti Fake News – COVID-19 Científicos de CONICET contra la información no chequeada / Confiar Plataforma web creada por la Agencia Télam para combatir la epidemia informativa de la pandemia.
 
 

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